“Sigue a tu corazón, pero llévate a tu cerebro contigo” (Alfred Adler).
No todos llegan a un proceso de coaching por el/los mismo/s motivo/s ni en las mismas condiciones. Algunos se acercan porque están en un momento de transición y necesitan reinventarse; otros porque necesitan un empujón para “animarse a”; otros porque se desencontraron consigo mismos y no saben como reconectarse, y algunos más porque quieren cambiar algunos hábitos y no saben por dónde empezar.
Como vemos, todos quieren seguir su corazón y cambiar para mejor, aunque el solo hecho de leer cada consigna nos sugiere que en algunos casos el cerebro de las personas parece estar “en pausa”, resistiéndose al cambio o en bucle y a punto de estallar. Ya lo hemos mencionado en artículos anteriores, pero lo repetimos porque es sumamente importante entender que todas nuestras acciones, (inacciones) y comportamientos se originan en nuestro cerebro.
Es decir, para animarnos, reinventarnos, reconectarnos y/o cambiar un hábito, necesitamos poner luz sobre aquellos patrones inconscientes que rigen algunos de esos comportamientos que nos llevan a hacer siempre lo mismo. Pero una aclaración aquí. Esto no sucede porque el cerebro sea egoísta. Por el contrario, él quiere protegernos, cuidarnos y velar por nuestra supervivencia; en cierta forma piensa algo así como: “si hemos sobrevivido y ha funcionado hasta ahora, ¿para qué aprender cosas nuevas?”
¿Será por no tener en cuenta esta manera de funcionar del cerebro que muchas veces un proceso de coaching se extiende en el tiempo o no se consiguen resultados sostenibles?
No resulta curioso, después de lo dicho, deducir que el cerebro nunca promoverá un cambio por sí solo. Tiene que existir un estímulo interno y/o externo para que se produzca el mismo. Una persona tiene que querer -de verdad- tomar las riendas del asunto y hacerse cargo; caso contrario, nuestro cerebro procurará seguir manteniéndonos en la zona de aparente confort y aparente seguridad.
Por todo ello, la neurociencia es un aporte invaluable en el coaching y en cualquier proceso de desarrollo personal, justamente porque nos permite entender cómo actúan los centros de recompensa, miedo y estrés del cerebro en cada momento. Luego, resulta más simple tomar acción para modificar esos circuitos y crear otros nuevos y más funcionales enfocados en el objetivo que deseamos conseguir.
Veamos un ejemplo bastante universal para entender a qué nos referimos. Por ejemplo, cuando a través del móvil vemos un like, un comentario halagador o una interacción interesante en nuestras redes sociales, nuestro cerebro experimenta una recompensa inmediata que, sin darnos cuenta, nos engancha, nos crea una adicción y entramos en una espiral de la que no podemos salir. El hecho grave es que esto nos bloquea, no dispersa, nos deja avanzar en otros temas y es una clara forma de boicotearnos para no llegar a donde queremos realmente.
Pero esta conducta impulsiva se transfiere a otras facetas de la vida y pueden ser bastante limitadoras. Por ejemplo, alguien que está haciendo una dieta para bajar de peso. Su objetivo final son 10 kilos y aunque cada semana logra perder 1 kilo, cada fin de semana lo recupera. Así, en bucle hace tiempo. ¿Qué sucede? Seguramente, no se está activando su circuito de recompensa y entonces no está generando suficiente dopamina para motivarse para alcanzar su meta. En cambio, tiene una conducta impulsiva que no le permite renunciar al placer inmediato (atracón como recompensa a haber perdido peso), que lo obliga a postergar infinitamente su objetivo a mediano plazo.
Estos ejemplos son de utilidad para poner el acento en lo limitadora que resulta esa forma impulsiva de actuar. Lo curioso es que si no desactivamos esa recompensa inmediata, la tolerancia a la frustración también se minimiza. ¿Por qué? Porque la neuroplasticidad de nuestro cerebro va grabando nuevas sinapsis que buscan impulsivamente el placer inmediato en todo. Si creamos esos circuitos, el largo plazo, el esfuerzo y la tolerancia a la frustración, como hemos dicho, desaparecen. Es decir, cada vez somos menos capaces de soportar el esfuerzo que va asociado a conseguir ciertos retos de mayor envergadura.
Por ello, en ambos casos, las personas deben tomar conciencia, en primer lugar, de esa conducta impulsiva que les ha llevado a desarrollar el hábito de buscar -constantemente- ese estado de placer inmediato, boicoteándoles de cualquier objetivo a mediano/largo plazo.
Sucede que muchos de nuestras hábitos están atrapados en maneras de hacer; incluso maneras de hacer que nos hacen daño.
Todos tenemos determinados hábitos y creencias atrapadas que nos pensamos que forman parte de nosotros de una manera natural, pero no es así. Lo bueno es que si tomamos conciencia, podemos cambiarlos.
Claro que, aunque nos hemos referido particularmente a neurocomportamientos impulsivos, no son estos los únicos que resultan limitantes. Hay personas, por ejemplo, que tienen un comportamiento agresivo constante y suelen padecer cierto aislamiento social; otros que sufren una rumiación excesiva y se mantienen estancados en medio de ese círculo vicioso de pensamiento. En cualquier caso, NeuroQuotient® es la herramienta con solidez y base científica, que nos permite detectar la información que hay en nuestro inconsciente de una manera práctica, rápida y eficaz, para poder trabajarla inmediatamente.
Cuando entendemos un poco más sobre cómo funciona nuestro cerebro nos volvemos más observadores, estamos más atentos en nuestra vida diaria.
Por ello, el coaching con neurociencias y específicamente con NeuroQuotient®, nos deja cierta sabiduría posterior para detectar posibles y futuras alarmas en nuestro comportamiento.